Cuarenta y siete rônin: la gesta de unos hombres de leyenda - Japanspecialist

Cuarenta y siete rônin: la gesta de unos hombres de leyenda

19 abr 2023
Este artículo narra la historia de los cuarenta y siete samuráis rônin de Akō, quienes vivieron a principios del siglo XVIII en Japón durante la época Genroku de la era Tokugawa. La historia cuenta cómo su señor, Asano Takumi-no-Kami Naganori, fue condenado a cometer seppuku después de herir a Kira Kôzuke-no-Suke Yoshinaka, un funcionario del palacio del sogún que lo había humillado públicamente. Los samuráis conspiraron para vengar a su señor y planearon el asesinato de Kira. La historia relata la venganza de los samuráis y su lucha contra las autoridades y la justicia de la época.

Antecedentes

Antes de comenzar a narrar los acontecimientos con tintes de leyenda que conforman esta historia, conviene esclarecer mínimamente el contexto del momento en que se encuadran. Los hechos —reales— tuvieron lugar recién estrenado el siglo XVIII, entre los años 1701 y 1703, en lo que en la seriación nipona corresponde a la época Genroku de la era Tokugawa, que asentó un período de paz sin precedentes en Japón. Paradójicamente, esta estabilidad fue pareja al estancamiento de la clase samurái, dominante en períodos anteriores, pero ahora, en tiempos pacíficos, fuertemente controlados bajo la mano de hierro de los sogunes Tokugawa. En paralelo al anquilosamiento de la clase guerrera, que contempla con impotencia su decadencia, asistimos en esta época al auge de la clase de los chônin, artesanos y comerciantes de mentalidad urbanita. Es en este contexto donde se encuadra la historia de los cuarenta y siete leales de Akô, que avivaría el espíritu de lo que hoy conocemos como bushido.

El germen del infortunio

Corría el año 1701 cuando Asano Takumi-no-Kami Naganori, daimio de Akô, fue designado por el sogún Tokugawa Tsunayoshi para atender a la delegación de la familia imperial en Edo. Para cumplir con este cometido, sería instruido por el antiguo maestro de ceremonias del palacio del sogún, Kira Kôzuke-no-Suke Yoshinaka, con cuyo carácter chocó el de Asano. La enemistad entre ambos pronto se hizo patente, más aún cuando Kira no dudó en servirse de su alta posición para humillar públicamente a Asano.

Al fin, las mutuas rencillas estallaron en el palacio del sogún, Kira insultó a Asano, y este, incapaz de contenerse por más tiempo, desenvainó su espada para salvar su honor y atacó a Kira. Pese a que las heridas infligidas no fueron graves, mostrar la hoja en el recinto del palacio del sogún estaba terminantemente prohibido y Asano fue condenado a cometer seppuku.

La venganza

La consternación cundió en el clan de Asano cuando las noticias del desafortunado incidente llegaron a sus dominios. Sus siervos discutieron entonces el mejor modo de vengar a su señor y decidieron, al fin, seguir el plan de Ôishi Kuranosuke, que propuso abandonar pacíficamente el castillo de Asano mientras, en secreto, convertidos en rônin tras la pérdida de su señor y la caída en desgracia del clan, comenzaron a trazar una cuidadosa estrategia que los conduciría a vengar la injusta muerte de su señor.

Entre tanto, Kira, sospechando represalias de los antiguos siervos de Asano, reforzó la seguridad en su mansión, cuidándose de quedar expuesto ante un eventual ataque. Fue este el motivo que condujo a Ôishi a reformular su plan inicial y a tomar la decisión de que los seguidores de su señor Asano se dispersaran y tomaran diferentes caminos para engañar a Kira y a las autoridades, aparentando la pérdida de interés en su venganza y a la espera del momento propicio en que Kira bajara la guardia.

Siguiendo esta estrategia, Ôishi se separó de su mujer y sus hijos pequeños —el mayor, Chikara, sin embargo, permanecería junto a su padre como partícipe del plan de venganza— y se trasladó a Kioto, donde llevó una vida disoluta entre casas de lenocinio y alcohol, haciendo creer a todos que había arruinado su vida. Pero cerca de dos años después de la condena de Asano, en el día convenido, cuarenta y seis fieles a su señor se presentaron ante Ôishi para perpetrar su venganza. Estaba a punto de nacer la leyenda.

El asalto

En la gélida noche del 14 de diciembre de 1702, azotada por una fiera tormenta de nieve, los cuarenta y siete conjurados, divididos en dos grupos y previo aviso a las casas colindantes de que no correrían peligro los vecinos, comenzaron el asalto a la residencia de Kira. No sin esfuerzos, y tras enfrentarse a los vigilantes de la residencia, los rônin lograron atrapar a Kira, a quien le ofrecieron la oportunidad de quitarse honorablemente la vida. Sin embargo, al no obtener respuesta por parte de Kira, sería finalmente Ôishi quien lo ejecutara con la misma arma con la que su señor Asano cometió seppuku. Consumada la venganza, los rônin se encaminaron al templo Sengakuji, donde descansaban los restos de su señor Asano, frente a cuya tumba dejaron como ofrenda la cabeza de Kira. Tras la conclusión de tan cruento incidente, los rônin quedaron a la espera de las autoridades del sogunato.

Consecuencias

La venganza de los leales de Akô abrió un dilema en la sociedad de su tiempo, por cuanto, pese a su perseverancia e intachable lealtad demostrada hacia su señor, su venganza había tenido como objetivo a un cargo del sogunato. La sanción para los rônin finalmente se decantó por condenarlos a la pena capital mediante un honorable seppuku, sentencia que se cumplió el 20 de marzo de 1703. Parece, no obstante, según algunas fuentes, que uno de los rônin, enviado tras el asalto a la residencia de Kira a notificar al clan Asano la consumación de la venganza de su señor, escapó a la ejecución, al ser perdonado por las autoridades a su regreso, y vivió hasta avanzada edad.

Los restos de los fieles rônin descansan desde entonces junto a su señor Asano en el templo Sengakuji, convertido en lugar de peregrinaje hasta nuestros días. De este modo, la hazaña de los cuarenta y siete rônin ha traspasado la historia para consagrarse como símbolo de inquebrantable lealtad, férrea constancia y estricto cumplimiento del honor llevados al extremo, al ser inmortalizados en multitud de obras de literatura, artes escénicas o cine, para deleite de propios y ajenos desde hace más de trescientos años.

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